lunes, 24 de mayo de 2010

Vila_Matas: lo que tengo es mi obra


Luego de forjar una sólida carrera como autor de culto en la editorial Anagrama, Enrique Vila-Matas debuta en Seix Barral con la novela Dublinesca, en la que narra los preparativos y el viaje de un editor español retirado, quien desea celebrar las exequias de la era Gutenberg en la tierra de Joyce y Beckett.
En su país le han preguntado hasta el cansancio si el personaje en cuestión es Jorge Herralde, su anterior editor, y Vila-Matas se ha cansado de decir que no, que en todo caso Samuel Riba tiene más similitudes con él mismo.
De paso por México, el autor de Doctor Pasavento y Bartleby y compañía charló con KIOSKO acerca de muchos temas, excepto el de Jorge Herralde
 
 
Supongo que debe ser satisfactorio tener éxito en las librerías sin haber utilizado atajos fáciles.
“Dublinesca” tiene siete semanas entre los diez libros más vendidos de España, pero durante mucho tiempo hice mi obra sin reconocimiento inmediato. Aparte de mi familia y las personas queridas, lo único que tengo es mi obra, así que sería mi final si la traiciono.
 
Juan Villoro dice que, durante décadas, usted fue el secreto mejor guardado de Cataluña.
Siempre escribí preocupado únicamente en si aquello tenía o no valor. No estoy resentido, ni mucho menos, porque el reconocimiento haya tardado en llegar.
 
¿Jamás escribió en catalán?
Aunque es mi primera lengua, no la escribo bien. Mi obra había sido traducida a 29 lenguas y, ahora, la número 30 es el catalán. Tradujeron El viaje vertical.
 
Suena paradójico, ¿no?
Sí es una paradoja, pero estoy acostumbrado a ellas. El viaje vertical también se ha llevado al cine en catalán y se ha estrenado en la televisión.
 
Supongo que es amigo de Villoro.
Tenemos una espléndida amistad desde 1991. Es una gran persona y un gran escritor. Él tiene una relación muy interesante con Barcelona, igual que yo con México.
 
¿Villoro conoce la anécdota de cuando usted coincide en un hotel de Venezuela con el árbitro que expulsó a Zidane en la final del Mundial?
Supongo que se la he contado mil veces, y debe haber sido al primero que quise contársela.
 
Se comenta mucho que “Dublinesca” habla de Irlanda, pero a mí me parece que trata acerca de Nueva York.
Eso mismo me lo ha dicho Eduardo Lago, un escritor español que vive en Nueva York. Como en tantas novelas, aquí hay un personaje que ambiciona algo y luego consigue menos de lo que quería, alguien que deseaba llegar a Nueva York y se conforma con Dublín. Para mí, lo más interesante de la escritura de este libro fue que cada 20 o 30 páginas creía que había encontrado el centro de la novela: la mujer budista, los padres del protagonista, la ambición de estar en Nueva York, los fantasmas. Alrededor de cada centro podría haberse montado una novela distinta.
 
En una conversación con Paul Auster, usted habló de que sería importante que los narradores se refirieran a los fracasos que han enfrentado entre la concepción de cada obra y el resultado final.
Está muy bien que ahora me recuerde usted eso, porque lo había olvidado. Hacer algo así sería una buena pista para otros escritores. Incluso sería interesante hacer un libro con fracasos inventados de uno mismo o de otros. Hablar de en qué momento se torció el rumbo. Yo le podría decir ahora mismo que la escena que yo considero cumbre de Dublinesca es un fracaso. Varios lectores me han dicho que les ha emocionado mucho el momento en que el protagonista abraza a su mujer, luego de que ha vuelto a beber después de una larga abstinencia, y porque se ha cumplido el sueño que tuvo sobre Dublín. Sin embargo, yo hablo de fracaso porque no he sido capaz de transmitir la intensidad enorme del sueño que realmente tuve en un hospital hace cuatro años. Me he quedado con la sensación de que hay cosas imposibles de comunicar. A veces, las palabras no son suficientes.
 
Usted también ha dejado el alcohol. ¿De qué manera cambió eso su vida?
Ahora vivo una etapa muy interesante de reconstrucción del mundo, después de 40 años de ver todo nublado. Empiezo a enfrentarme a lo que tanto me costaba: la realidad. Incluso me ha ayudado en una prosa mucho más reflexiva.
 
¿Le preguntan a usted mucho acerca de qué partes de sus novelas son autobiográficas?
Es algo muy periodístico. Se olvida que trabajo en la ficción, incluso cuando hay similitudes con lo real. Aunque habría que definir primero a qué se llama realidad. La realidad no es lo que aparece en la televisión o en los periódicos. Lo que investiga un escritor se acerca más a la verdad de las cosas; pongamos un ejemplo: Kafka. Él escribe una ficción y luego Europa acaba pareciéndose a sus escritos, con la sumisión del individuo al poder.
 
Cuando el protagonista de “Dublinesca” cuenta que tuvo que ir hasta Nueva York para poder soñarse en su infancia en Barcelona, yo recordé “La noche boca arriba”, de Cortázar.
No conozco ese cuento, pero prometo leerlo.
 
¿Ha sido Cortázar una influencia importante en usted?
Leerlo a él fue de lo primero que me impulsó a escribir. Cuando uno es joven y lee a Cortázar, parece que es fácil escribir; luego resulta que no es así.
 
¿Lo nutrió la ironía de Monterroso?
Ironía cervantina, sí, sin duda. La comprensión humana hacia las ridiculeces de todos, y el reírse de uno mismo, para empezar.
 
En “Dublinesca” cita usted a José Emilio Pacheco. ¿Asistió a la reciente entrega del Premio Cervantes?
Fui invitado a la comida con el rey, pero no pude ir. Tienen la manía de celebrar el Cervantes el 23 de abril, el mismo día que en Barcelona hay un espectacular Día del Libro, en el que sale la gente a la calle y los autores firman libros. Ninguno de los dos cambia la fecha, así que me quedé a firmar libros.
 
¿Alguna vez le ha servido una crítica acerca de su obra?
Valoro a los críticos inteligentes que me han dado ideas. Christopher Domínguez Michael escribió alguna vez que en todas mis novelas Robert Walser era mi héroe moral. Después, yo escribí Doctor Pasavento, en el que, efectivamente, Walser es mi héroe moral.
 
¿Tiene relación personal con Serrat?
Lo escuché por primera vez cuando él aún no era conocido. Yo estudiaba derecho y él fue a cantar ahí. Me impresionó mucho cuando lo escuché cantar una canción en catalán y en español: “Por la mañana rocío, al mediodía calor…” (“Canción de cuna”). Ahí me enteré que podía hacerse eso. Lo conocí personalmente apenas el año pasado, cuando nos convocó un periodista de El País para hablar de nuestra memoria futbolística, básicamente del Barcelona.
 
¿Por qué les dicen “culés”?
En los años 20 del siglo pasado, cuando el Barcelona jugaba en un estadio que casi no era estadio, se veían desde fuera los culos de quienes se sentaban en una tapia, los de la gradería número 30.
 
¿Usted forma parte de la actual corriente antitaurina catalana?
Nunca he tenido nada en contra de las corridas, aunque tampoco he frecuentado las plazas con regularidad. De niño fui a la Monumental de Barcelona con mi padre y recuerdo con claridad el día en que mi abuela me dijo que había muerto Manolete.
 
¿Vila-Matas es feliz? 

No quisiera serlo del todo, sería horroroso. Sería como escribir la obra perfecta y luego no tendría nada que hacer.

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